Sucede a veces y puede llegar de improviso. De pronto te sientes abrumado, superado por todo ese sufrimiento que eres incapaz de remediar. Piensas en todos los seres vivos a los que no podrás ayudar, los gatos que no conseguirás alimentar, los perros abandonados para los que no encontrarás cobijo, las gallinas hacinadas y los cerdos sacrificados en naves industriales para satisfacer los gustos gastronómicos del todopoderoso humano, los animales salvajes domados a base de palos y palizas en los "circos de la fantasía y la ilusión". Te sientes incapaz, limitado, incomprendido por la mayoría y, a menudo, solo.
Únicamente puedo deciros que en esos momentos de tristeza recordéis una cosa. Una verdad de belleza suprema que jamás comprenderán los que viven centrados en sus necesidades: su coche, su casa, su cuenta bancaria, su apetito voraz, su sexo... Recordad, animalistas, que cuando cuidéis de la vida, la Tierra entera os estará mirando. Formamos parte de un todo, una corriente de vida que nos recorre. Cuando ayudáis a esa vida en cualquiera de sus formas, la Tierra misma se estremece como quien recibe una caricia de cariño. Y todo ese amor que dais se reunirá para esperaros cuando dejéis vuestra forma humana y os unáis de nuevo a la corriente vital. Los gatos a los que salvasteis y aquellos cuya vida expiró en vuestras manos, los animales que no comisteis, los toros por cuyos derechos os manifestasteis... todo ese amor os recibirá un día con el abrazo más dulce porque, como dijo el sabio, aquel que ama no puede tener miedo a la muerte.
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